martes, 25 de agosto de 2009

LO GESTUAL EN LA POLÍTICA

Los gestos nos deschavan

Por Orlando Barone*


Al abocarse a leer este relato piense en el gesto con que lo empieza para acordarse, al terminarlo, en qué ha cambiado. Y aunque no lo deseo podría pasar que lo que empezó estando despierto lo termine dormido o adormilado si es que su esfuerzo de lectura llega hasta la última palabra.

Quiero decir, que así como es un desafío de atención no desatender sin bostezar o poner ojos de nada ante algo que nos abruma de tedio, también lo es reconocernos con los otros en iguales gestos instintivos de expresar la sensación de frío, o la de asombro, o la de interés o de miedo.

Nuestros gestos nos hablan antes de que hablemos. Y a veces ni hace falta. Ahí está en nuestro reciente recuerdo la cara de Don Julio Grondona, en Ezeiza, relatándonos en su plano de cachetes robustos y blandos, el contenido goce de ese instante supremo en que la AFA y él se libraban del largo cautiverio mediático. Parecía estar haciéndose buches de gloria. Acaso como aquel Don Corleone actuado por Marlon Brando cuando se le revela el trasvasamiento generacional exitoso de Al Pacino en el papel de Michael Corleone, su hijo pródigo.

El cine italiano –el que más nos imita– es sin duda un archivo de gestos inolvidables: aquel de Alberto Sordi en Los inútiles con un corte de mangas a sus burlados que ya no pueden alcanzarlo; ese “modestamente” que dice cínicamente Vittorio Gassman en Il sorpasso o esa zambullida de Giannini en la letrina llena de mierda en la película Pasqualino sette bellezze.

Nos rodean múltiples, infinitos gestos, incluyendo los nuestros. Hay gestos tan fáciles en su claro significado como el de Chabán, demolido, al momento de ser condenado, o el de Mirtha Legrand como implícita dueña de la patria, al recibir el Martín Fierro de Platino. Mientras Susana Giménez que sólo había obtenido el de oro la miraba como quien se desangra, sin mostrar el goteo. Ya se sabe: nuestros gestos son en su mayor parte inconscientes. Nos preceden y delatan.

Hace poco, a los noventa y cinco años, moría el antropólogo norteamericano Edward Hall, avanzado investigador de los gestos humanos. Se había especializado en ir descubriendo en las reservas de indios navajos y hopi el intercambio de gestos para entenderse, o no entenderse, ya que hablaban lenguas diferentes. Aquí pasa algo curioso entre los dialogantes y dialogadores agroideológicos y chacareros. No logran entenderse y eso que los enfrentados interlocutores hablan el idioma de la soja.

Es que ignoran la semilla de Babel que obstruye la reciprocidad de entendimiento bajo esa misma lengua. La gestualidad que sucede ante la pobreza es la común de compasión ante ella. Y los unánimes gestos acerca de cómo hay que resolverla. La lógica indica que es dejándola de fabricar con la misma intensidad con que se la compadece. Pero la pobreza es la que más delata la fiabilidad o inautenticidad de todos los gestos que compiten para ir en su socorro.

Como no tiene registro de propiedad privada, cualquiera se la apropia en su provecho. Es tierra de nadie o tierra de todos, pero los únicos que la sostienen sacrificadamente son, paradójicamente, los pobres.

Los cierto es que los gestos son ya parte de la ciencia. A aquella experiencia antropológica de Hall en el siglo XX, la había precedido Charles Darwin un siglo antes, quien en su libro La expresión de las emociones en el hombre y sus animales se aventuraba en documentar la significación de los gestos con que naturalmente nos comunicábamos los humanos.

Sea cuando nos encogemos o nos aterimos abrazándonos el cuerpo ante una sensación de frío; cuando fruncimos el ceño si no entendemos algo, o detenemos el paso de un intruso atajándolo con las manos hacia delante. O cuando como el jueves a la noche frente al edificio del Congreso los agrobravos se unieron en barrera para tratar de no dejar pasar a los legisladores que habían votado otra vez en contra del campo, delegando en el Gobierno la decisión de las retenciones. De pronto el auto de un legislador es bloqueado sin que llegue a verse a la persona que ocupaba el asiento posterior.

Hasta que alguien se da cuenta y el pasajero se descubre: “Soy Carlos Saúl Menem”, dice. Y como por arte de magia los bloqueadores le abren el paso y aplauden espontáneamente. También espontáneamente cacerolearon hace un año vecinos del barrio norte espantados por la revolución agraria que amenazaba los silos de la patria. Y más módicamente, ya es un modelo en su género el gesto de degüello que le hiciera Cecilia de Pando al secretario de Derechos Humanos. Y qué gesto leve, ya eterno, aquel del vicepresidente Cobos emitiendo su voto “no positivo”. Igual de leve debió de ser el gesto bíblico de aquel comensal de la última cena al marcar cuál de los doce sentados a la mesa era el sentenciado.

Creo, sigo creyendo “modestamente” en algunos gestos extraordinarios actuales. El de Jorge Rivas, por ejemplo, inhibido de hablar y de moverse. Cuando le preguntaron por qué seguía siendo leal al kirchnerismo, dijo: “Por sus enemigos”. Lo dijo levemente sin decirlo: a través del silabeo de los chips de su computadora.

Ciertos notables actores sociales de discurso furtivo se deschavan hasta el último pelo por un gesto inesperado. Allí están congelados en la imagen Biolcati y Mariano Grondona desnudándose peludos. Es como el strip tease que abre la caja de Pandora. (Publicado en Miradas al Sur el 24-08-2009)

* Periodista y escritor