Exposición del diputado nacional Jorge Rivas, integrante del bloque del FPV y referente de la Confederación Socialista, hoy sábado 26 de julio de 2014 en la Universidad Nacional de Lanús, en la 2da Asamblea Popular "Debatir para construir el segundo tomo para 2015", invitado por el ex canciller y actual legislador porteño del FPV Jorge Taiana.
"Primero, quiero agradecer por la invitación, a los compañeros de la organización, y felicitarlos por la iniciativa, ya que estoy convencido, que debemos replicar encuentros de debate como este, a lo largo y lo ancho de todo el país, como aporte para la oxigenación del proyecto nacional y popular.
Si me permiten, voy a empezar esta charla con una perogrullada: en el sistema capitalista, el Estado está al servicio de los capitalistas. Lo enseña la teoría, y los hechos lo ponen diariamente ante nuestros ojos. En su aspecto más deforme, lo pone en evidencia la Justicia norteamericana al respaldar la rapiña de los fondos buitre. Ahí están a la vista lo más deforme del capitalismo y lo más deforme del respaldo de un Estado, en este caso el más poderoso de la Tierra.
Durante el siglo pasado, los partidos y movimientos de izquierda y populares trabajaron para realizar la aspiración de construir estados socialistas. Esos estados debían estar al servicio de la clase obrera, y conducir hacia la eliminación de todas las diferencias sociales. Más allá de las polémicas acerca de sus avatares históricos, hubo una parte significativa del mundo gobernada por estados socialistas, que mal o bien constituían una alternativa al capitalismo. Esos estados se derrumbaron cerca del fin del siglo pasado. En medio de la demolición en serie de aquellos regímenes, el historiador británico Eric Hobsbawm escribió en 1989: “La principal consecuencia de estos sucesos es que los ricos del mundo ya no están asustados”.
Antes, sin embargo, la mera existencia de ese mundo socialista había funcionado como un poderoso estímulo para el surgimiento, en respuesta a la devastadora crisis de 1930, de una forma particular de estados capitalistas, me refiero a los Estados de Bienestar. Esos estados regularon la economía, arbitraron en las relaciones sociales, y produjeron reformas que mejoraron sustancialmente las condiciones de vida de los trabajadores, en muchos aspectos. En última instancia, naturalmente, siguieron estando al servicio del capital: los años de su mejor expresión coinciden con los que constituyen la llamada edad de oro del capitalismo, la que va desde el fin de la segunda guerra mundial hasta entrada la década de 1970.
Agotado ese ciclo, como sabemos, la declinación de las tasas de ganancias del capital exigió una nueva mutación, esta vez en sentido inverso. Desde Estados Unidos se difundió a todo el mundo, por las buenas o las malas, el neoliberalismo. Las políticas neoliberales, también conocidas como del Consenso de Washington, produjeron el desmantelamiento de los Estados de Bienestar. Las rebajas de los impuestos a los más ricos, los recortes a los gastos sociales, las privatizaciones de las empresas de servicios públicos, la flexibilización de las normas de protección al trabajo, en su conjunto, generaron las condiciones para una mayor explotación de los trabajadores. O sea, para que las empresas capitalistas aumentaran sus beneficios.
La aplicación de esas políticas y la consiguiente destrucción del Estado empezó en la Argentina con la dictadura cívico militar encabezada a partir de 1976 por Videla y Martínez de Hoz, y después de transitorias y vacilantes resistencias al inicio de la transición democrática, fue llevada a su más demoledora expresión durante la década menemista, y los escasos años de la Alianza. Sus efectos fueron devastadores. La fenomenal crisis de fines de 2001 y el penoso año largo que la sucedió fueron el testimonio de ello.
El hambre, la pobreza, el desempleo, la destrucción de los sistemas de salud y de educación, eran los rasgos visibles de una sociedad que se había enorgullecido, treinta o cuarenta años antes, de los mejores indicadores de bienestar social de toda la región. Los grandes grupos económicos ejercían el poder directamente, sin mediación ni disimulos. La política había sido desechada como un objeto inútil. El Estado no existía más que para reprimir a quienes amenazaban ese, el más injusto de los órdenes.
Los demás países de la región también habían padecido la misma experiencia, cada uno con su historia particular. Y en varios de ellos, en esos mismos años, empezaron a aparecer las respuestas políticas a la catástrofe social y económica. Vastos movimientos populares lograron acceder al gobierno en Venezuela, Brasil, Bolivia, Ecuador. En la Argentina, el proyecto nacional, popular y democrático, de ampliación de derechos, que encabezó Néstor Kirchner en 2003, se enlazó con esos otros procesos regionales que, entre otras cosas, han puesto límites claros al neoliberalismo y a la dominación de la mayor potencia capitalista del globo.
“Los actores que protagonizaron el giro”, sintetiza la historiadora María Dolores Béjar, “han sido objeto de diferentes calificaciones: líderes neopopulistas según algunos, gobiernos cercanos a una versión del capitalismo de bienestar sui géneris, según otros”. Sus logros, en cambio, son comunes: “La reparación parcial de las injusticias sociales sufridas por los más desprotegidos, la recuperación del papel del estado en un sentido que lo aleja de la lógica del mercado, las decididas intervenciones conjuntas en defensa de la democracia ante las amenazas de golpes de estado, el afán de ocupar un lugar en el mundo articulando a los países como una región”.
América del Sur, que fue una de las regiones del planeta más duramente golpeadas por el capitalismo en su versión neoliberal, es ahora la que está más lejos de esa perversa modalidad. No porque haya erradicado completamente sus efectos, pero sí porque esos movimientos populares han conseguido poner de pie a sus países y los han empeñado en la lucha política por torcer el rumbo y empezar a desandar el camino que los condujo a la postración de finales del siglo 20. Y esas recuperaciones de estados que habían sido casi totalmente barridos no se producen como parte de una tendencia global, sino al revés. Se producen por resistir a esa tendencia.
Es que en la mayor parte del mundo, sobre todo en los países centrales, castigada por una nueva y formidable crisis del sistema capitalista, los estados se ponen, una vez más, al servicio de las grandes corporaciones: el poder económico, entonces, les hace pagar esa crisis a los más vulnerables de cada sociedad. Aquí, nosotros, marchamos en sentido contrario, y procuramos poner límites a esos intereses y proteger, en cambio, los derechos de las mayorías.
Por último, eso es lo que pretendemos del Estado en este siglo que se ha iniciado entre nosotros con una ruptura y con un cambio de rumbo. No estamos en condiciones de proponer una transformación radical del carácter del estado. No podemos alentar la esperanza de que desaparezcan en el corto plazo las desigualdades y las injusticias, ni sostener un modelo cerrado y perfecto de organización social superadora. Sí podemos avanzar, como parte de un masivo y heterogéneo movimiento popular, fortaleciendo nuestro Estado indócil a los poderes de hecho, en el largo y difícil camino que nos acerque paso a paso a una sociedad más justa, más genuinamente democrática, más igualitaria.
Por eso hoy, cada avance grande o pequeño, debe contar con nuestro apoyo militante, en la inteligencia, de que nos acerca, cada vez más, a la sociedad que queremos construir.
Nuevamente, muchas gracias."
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